Fagocitado

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Hoy estrenamos una nueva sección, la sección de relatos. En ella publicaremos todo los escritos que nos enviéis.

Creemos que es otra manera de difundir la cultura en la que los autores noveles y no tan noveles podrán mostrar su trabajo y su estilo, pudiendo así disfrutar de todo ello nuestros fieles seguidores.

Así que, si eres un autor al que le gustaría que le publicáramos un relato en nuestro blog y que este pudiera ser leído por más de dos mil seguidores, que son los que actualmente poseemos, esta es tu oportunidad para dar a conocer tu talento.  No lo dudes más y envíanos tu escrito a paginasdechocolate@gmail.com. Te esperaremos con los brazos abiertos.

Y para estrenar la sección, arrancamos con el relato Fagocitado de Elio Turmell, un adelanto de lo que será su libro. Muchísimas gracias Elío por confiar en nosotras y en Páginas de Chocolate, y si queréis saber más sobre este autor pinchad aquí.

spFAGOCITADO

Realmente no sé cómo comenzar con este relato, lo cierto y verdad es que me angustia escudriñar un puñado de palabras precisas que expliquen de forma precisa y concluyente mi situación actual, mi verdadera situación -y no sólo de lugar- Desconozco, por otra parte, el grado de comprensión que un ente inteligente ha de precisar para entender lo que sucede con mi persona, -esto es sólo un decir, ya entenderán más tarde por qué- o incluso si a caso es posible que nadie con dos dedos de frente se haga cargo de la trascendencia de mi relato, y no hablo de ningún registro literario.
Son ya muchos días rumiando esta idea desde la celda, dándole forma en mi cabeza, no con la intención de liberar ningún espíritu -que no lo encuentro necesario, pues no me siento ni atrapado ni devorado en mi condición humana- sino como un legítimo derecho en mi capacidad de descernimiento. O dicho de manera más pomposa, este relato es un manifiesto realizado desde otra dimensión, con la firme convicción de que ayudará a aportar una nueva visión del mundo, transformado como estoy en otra especie, o quizás sea más acertado decir, desde otra especie.
Todo empezó hace unos días y no puedo negar que el proceso ha sido rapidísimo, quizás tenga que ver con el nuevo metabolismo que he adquirido, mucho más degenerativo que en el de los humanos. La historia se remonta a la facultad de biología, no importa la ciudad ni el país, -prefiero mantener el anonimato- final de carrera, ya saben, estudiantes a punto de graduarse, juventud, alcohol, atrevimiento… El caso es que de la manera más inexplicable -yo nunca solía propasarme con la bebida- amanecí en mitad de un bosque perdido a las afueras de una turística ciudad europea. Recuerdo que hacía mucho frío y el sonido de los coches que transitaban por la autovía de circunvalación camino del trabajo. Mi sorpresa vino después, recién empezaba a darme cuenta de lo que sucedía comprobé que me hallaba cubierto por un disfraz de oso, de un pelo casi natural marrón rojizo, de una autenticidad asombrosa. Justo al lado de donde yacía, junto al tronco de un roble, los graciosos compañeros habían colocado la cabeza del animal, es decir, la parte del disfraz que completaba a la bestia, supongo que pretendiendo provocar un paroxismo a mi torpe despertar forestal. La cabeza era enorme, de las proporciones exactas de un animal que puede llegar a los cuatrocientos sesenta kilos de peso. Tenía la boca abierta en actitud desafiante, mostrando sus dos poderosos colmillos. En un principio, ya pasado el primer susto, me eché a reír, pues ante todo me pareció la broma perfecta para cualquier biólogo interesado en la etología, y tampoco es que yo sea especialmente rencoroso, eso también ayudó.
He de confesar que mi primer instinto, una vez recuperada la compostura, fue la de desprenderme de los pesados ropajes de aquel oso pardo, pero pronto descubrí que aquel grupo de malhechores se había deshecho de mi ropa y aquella suave y tupida piel era el único parapeto con el que contaba frente al mundo. Sin yo ser especialmente consciente, ya empezaba a hacer efecto en mí aquella segunda piel que me recubría, modificando mi presencia y mi aspecto, mi percepción de la vida misma. El caso es que dejé escondida entre los hierbajos del bosque la gran cabeza del animal y me dispuse a contactar con la civilización humana envuelto con el disfraz de oso y una sonrisa entre conmiseradora y piadosa en los labios. Recuerdo que estuve varias horas tratando de escapar entre el hormigueo incesante de coches que pasaban de forma frenética a gran velocidad por los inmensos carriles de aquella autovía. Los conductores apenas sí se detenían en mi ridículo aspecto, y pocos se dignaban a apartar la vista de la carretera.
No hubo manera, atravesar aquellos pocos metros de asfalto me fue imposible y el hambre se apoderó de mi estómago, por lo que me vi forzado a regresar al bosque en donde había amanecido, allí podrían alimentarme algunos hierbajos.
Después de masticar algunas bayas me adentré en aquel precioso bosque arbóreo habitado por todo tipo de plantas e insectos disfrutando de su agradable compañía. Poco a poco empecé a sentirme integrado dentro de aquel idílico microuniverso. Para no desentonar con el ambiente me coloqué la gran cabeza de oso y pude comprobar agradecido lo confortable que me resultaba moverme con todo aquel disfraz sobre mi cuerpo, que lejos de agobiarme, me provocaba una relajante sensación de bienestar. Sin darme yo mucha cuenta empecé a experimentar cambios manifiestos en el comportamiento. Cada vez me resultaba más incómoda la idea de atravesar la autovía para acercarme hasta mi civilización originaria, donde, a buen seguro, empezarían a hecharme de menos. Para mitigar el hambre comencé a alimentarme de insectos y de la rica miel que una numerosa colmena de abejas me proporcionaba junto a un pequeño riachuelo. Curiosamente, empezó a resultarme crecientemente molesta la idea de despojarme de la cabeza del oso, pues con ella sobre los hombros comulgaba en buena medida con aquel idílico y apartado paisaje y no ahuyentaba a las criaturas que formaban parte de aquel bosque. Cuando los indescifrables misterios de la noche se cernían sobre mí lo hacían sin dejar sensación de frío, y mientras, observaba perplejo la luna con sus miles de cráteres fluorescentes, tras la enorme boca abierta del oso.
Los días pasaban y pasaban cadenciosos y cada vez me resultaba más extraño despojarme de aquel disfraz, que era como si empezara a formar ya parte de mi propio cuerpo, como una segunda piel. Debido a que el tráfico seguía imposible dejé de acercarme por la carretera y construí una madriguera para poder descansar, ayudado de mis poderosas zarpas. Trepaba por los árboles con gran destreza, me bañaba en el riachuelo para calmar el calor que me provocaba mi segunda piel, cazaba y exploraba hasta los límites del bosque. Aquel, sin yo saberlo, se había convertido en mi refugio, en mi nuevo hábitat.
Así, hasta que un mal día, -aún lo desconozco en todo su contexto- al tratar de despojarme del disfraz para refrescarme el cuerpo, comprobé aterrado que la cremallera que atravesaba uno de los costados había desaparecido y la cabeza estaba asida al resto del cuerpo. Me encontraba dentro de un oso pardo real, fagocitado de un hiperrealismo clamoroso. Después de unos instantes de angustia me relajé, -esto no puede ser tan malo- me dije, después de todo, tendría la oportunidad que cualquier científico del mundo hubiera ambicionado toda su vida, estudiar el comportamiento de la naturaleza desde sus mismas entrañas. Una increíble posibilidad que me permitiría realizar teorías revolucionarias y convertirme en un afamado y prestigioso biólogo. Así que imbuido de mi nuevo espíritu animal me hice a las profundidades del bosque en busca de la vida, con los sentidos alerta, pues era una experiencia única e irrepetible y de ningún modo la iba a dejar desperdiciar.
Pero todo cuento tiene su pequeña tragedia y la mía se materializó cuando una pareja de cazadores decidió venir a por mí, hartos de que esquivara sus trampas para osos.
Aunque conservo la inteligencia de un humano, me es imposible borrar las huellas que vierte mi absoluta condición animal. Ahora me hallo en una celda de aislamiento, un grupo de biólogos expertos en etología estudian mi comportamiento, están convencidos de que han dado con el eslabón perdido de una especie de oso que supera en inteligencia al resto de mamíferos. Tiene gracia que entre esos biólogos se encuentren algunos antiguos compañeros de la universidad, pero la vida siempre nos sorprende con la paradoja más inverosímil. La verdad es que no me puedo quejar, tengo todos los mimos del mundo, unos cuidadores muy atentos y una dieta nutritiva que me priva de esfuerzos. Me he convertido en un oso muy popular en todo el país y recibo miles de visitas, incluyendo periodistas y niños de todo el mundo, pero no soy feliz. No recuerdo haberlo comentado, pero no puedo comunicarme con los humanos, me resulta imposible y hasta he dejado de intentarlo, háganse cargo.
Lo cierto es que siempre pensé que aquella contracepción perversa de la naturaleza pronto revertería a su estado original y me permitiría volver a mi condición natural.
Pues bien, ahora sé que eso nunca me será posible. He sido fagocitado y debo aprender a vivir con ello, toda mi vida. Me pregunto cuantas personas se encontrarán en mi misma situación, y, obviamente, no me refiero al estricto sentido corpóreo.
En fin, esta es mi historia, ¿ya les he dicho que me gusta observar perplejo la luna con sus miles de cráteres fluorescentes…?

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El relato es propiedad del autor y tanto este blog como sus administradoras no se hacen resposables de lo que en él se contenga.

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