Hoy os traemos un relato El destino tiene un plan de una autora novel, María José Gutiérrez,más conocida como Pizqui. Es una apasionada lectora y desde hace más de un año se ha decidido a dar el salto y ha comenzado a escribir. Estamos seguras que esta escritora nos dará mucho que hablar en un futuro no muy lejano.
En este relato María José nos muestra una de las lecciones que debemos aprender de la vida, y es: Por más que los obstáculos que se interpongan en tu camino, al final llegarás a tu destino. Y eso es lo que le ocurrió a Vicente y a Laura. ¿Tendrán un destino juntos?…
Muchísimas gracias a María José por confiar en nosotras y en Páginas de Chocolate y esperamos que todos disfrutéis de esta fantástica historia.
Bueno basta ya! ¡Hasta aquí hemos llegado! ¿Pero en que me he convertido? Me miro al espejo y no me reconozco, nunca he sido un maniquí, ¡pero ahora!
Llamo al gimnasio, después de mucho pensar lo que me está ofreciendo la amable recepcionista y debido a mis lesiones, decidimos que el deporte que mejor se adapta a mis circunstancias, es la natación.
Bueno pues ¡decidido! Iré todas las mañanas a las ocho, a esa hora el monitor me asegura que la piscina está completamente vacía. Los primeros resultados no tardan en llegar con ejercicio y poquito de dieta… la báscula empieza a ceder.
El lunes en vez de empezarlo con optimismo y alegría, cuando me levanto estoy agotada, el fin de semana ha sido normalito, y por esa razón no entiendo esta debilidad, pero aun así decido que lo mejor será ir al gimnasio, si hoy no voy, mañana tampoco lo haré, me conozco bastante bien…
Jolín, pues vaya sorpresa me llevo al cruzar la puerta de acceso a la piscina, <<¿Quién es ese que está nadando, qué hace aquí? Se supone que a estas horas debería estar sola, ¡mierda de lunes!>> Me quito el albornoz y me meto en el agua a toda prisa, no quiero miradas indiscretas, ¡qué mal rato por favor!
Cuando voy por mi tercer largo noto que alguien me agarra del tobillo y me frena en seco, dispuesta a ladrar por tan maña agresión, me doy la vuelta y me encuentro con un idiota pegado a una sonrisa cautivadora, el corazón me da un brinco.
—Chica respira, que te vas a ahogar. —Dice en tono jocoso.
—Pero ¿tú qué te has creído? —Ladro, más que hablo.
—Hola me llamo Vicente, sólo quería saber con quién estaba compartiendo piscina. —Esta vez su tono, se muestra más amable.
—¡A mí, cómo si te llamas perico de los palotes! ¡Será posible! <<¡Cómo está el muchacho!>> Me doy la vuelta dispuesta a salir de la piscina cagando leches, cuando otra vez noto que me agarran… Mecaguentooooo
—Chica deberías ser más educada, y decirme por lo menos cómo te llamas ¿no crees? Está bien, a lo mejor no ha sido la manera más correcta de presentarme, pero bueno, lo hecho, hecho está.
—¡Mira hermoso! Me llamo… —Me sumerjo en el agua y llego buceando hasta la escalerilla. Una vez en el borde de la piscina, le miro, le saco la lengua y no puedo evitarlo, yo y mi boquita —¡Gilipollas engreído!
Se oye una carcajada tal, que me tengo que dar la vuelta para que no me vea sonreír a mí también.
Cómo cada mañana, acudo puntual a la cita con la piscina y ¡cooooomo no! Él siempre allí, es como una rutina, todos los días lo mismo, me mira, me sonríe y sigue nadando, no ha vuelto a dirigirme la palabra. El viernes decido que voy a ser simpática, a lo mejor me pasé un poco, a veces soy muy bruta. Bien le pediré disculpas y me presentaré.
¡Vaya hombre! Hoy que decido ser amable y no se presenta a “nuestra cita”, pues nada, ¡mejor! Así podré disfrutar de la piscina sin acalorarme con su presencia. Pero la verdad, es que me siento sola, acabo de hacer los ejercicios con cierto pesar, y me dirijo a la ducha… Esta vez no me agarran del tobillo, si no de la muñeca, es él… el corazón me palpita con fuerza.
Me besa en la boca, con autoridad, desespero y verdadera ansia, soy incapaz de moverme, mi mente dice que le abofetee y me marche de allí, pero mi corazón me suplica que me quede. Me dejo llevar, sus besos me abrasan, me excitan hasta el punto de perder absolutamente el control de mi cuerpo, sólo me dejo arrastrar por la pasión.
Su boca se apodera de la mía una y otra vez, no saboreamos con paciencia infinita, una vez saciada nuestra hambre de besos, empieza un surco de besos por todo el cuello hasta llegar a mis pechos, mientras dirige su mano sin ningún pudor hasta mi pequeño botón de placer, no titubea en sus actos, sabe lo que hace, devora mis senos, a la vez que masajea con una delicadeza exquisita mis pliegues, la respiración se hace cada vez más fuerte e irregular.
Nos dejamos llevar por el momento, no importa el mañana, con timidez busco entre su bóxer, su miembro está duro y empiezo a masajearlo con suavidad, noto que una pequeña gota preseminal se desliza por su glande, con mi dedo pulgar la recojo y le sigo masturbando, ambos estamos muy cerca del orgasmo, los espasmos de nuestros cuerpos nos delatan. Sin previo aviso se separa de mí, me observa, su rostro es la viva imagen del deseo, levanta mi pierna dejándola apoyada en el taburete de la ducha, agarra su miembro y de un solo empellón me penetra, un gemido sale de mi boca, ahogado al instante por la suya, me penetra con dureza, mientras sigue jugando con mi clítoris, el calor es abrasador… Empieza a fluir por nuestros cuerpos una corriente eléctrica cuando nos atrapa un orgasmo asolador, quedamos abrazados hasta que nuestros cuerpos recuperan el aliento.
—Laura, a partir de hoy, todos tus días serán así.
De esto hace más de tres años, nunca supe a ciencia cierta cómo se enteró de mi nombre, supuse que lo leyó en la ficha del gimnasio, nunca más he vuelto a verle, sólo puedo decir que desde ese día mi vida cambió.
Tres largos años han transcurrido desde mi encuentro con Laura, cuando por fin logro tenerla entre mis brazos, después de tantos meses observándola en silencio, amándola en solitario en mi oscura habitación, de dar un paso que podría haberlo estropeado todo, me suena el teléfono y…
—Hola ¿hablo con Vicente? —dice una voz femenina al otro lado del teléfono.
—Sí, soy yo.
—Le llamo del hospital, su hermana ha tenido un accidente.
—¡Como! ¿Dios mío, está bien? ¿Iba sola y los niños? Por favor dígame —Exijo más que imploro.
—Por favor tranquilo, venga lo antes posible, aquí le informaremos de todo con detalle.
—En unas horas estoy allí, por favor…
—Estamos en ello —no me deja terminar la frase—. No se preocupe haremos todo lo posible por mantenerla con vida.
En menos de cinco minutos tengo preparada la maleta, quiero estar con ella cuanto antes, desde el hospital llamaré a mamá, no hay tiempo que perder.
—¡Paula, por favor no te vayas, abre los ojos! Soy yo tu hermano, abre los ojos ¡mírame! —la digo, mis lágrimas empiezan a brotar cuando se la llevan a quirófano.
Pasa menos de una hora cuando veo a la enfermera salir con dos hermosos bebés en los brazos, son ellos, mis sobrinos, la cara de la enfermera me lo dice todo, no ha superado la operación.
—¡No, no, noooooooooooooooooooo!
—Lo sentimos… hemos intentado (bla, bla, bla, bla, bla) —No oigo, ni veo, ni siento nada, mi cerebro está bloqueado por el dolor.
—Vicente ¿se encuentra bien? —Oigo una voz y siento unas manos que me zarandean.
—Sí, disculpe, mi cerebro empieza a funcionar a trompicones y comienzo a analizar la situación.
Dos semanas después me veo en mi pequeño piso, con dos bebés y mi madre ayudándome, desde aquella llamada telefónica mi vida dejó de existir en pro de estos dos enanos llorones, que ¡sólo comen y lloran! <<¿Dónde cojones está el botón de dormir?>>
Ni un solo día durante estos años he dejado de pensar en ella, en sus labios, en sus ojos, hasta en su mal genio. ¿Qué será de ella? No me he atrevido a volver por su barrio, ¿cómo voy a hacerlo, cómo le explico? Ojala haya encontrado todo lo que buscaba… El amor.
Los niños ya tienen tres añitos, son una maravilla, me llaman papá y todavía se me encoje el corazón al pensar en mi hermana.
—Paula, espero que desde donde te encuentres, estés orgullosa de mí, Daniel y Jorge, Jorge y Daniel ¡vaya par! A veces son como Zipi y Zape, ¡Qué trastadas hermana, que compenetración! Se parecen tanto a nosotros mi hermosa hermana gemela… ¡Cuánto te echo de menos!.
Es su primer día de cole, queda atrás el tiempo de la guardería, para dar paso al “cole de los mayores” dicen ellos. Están nerviosos y yo por alguna extraña razón también, les monto en el coche, no sin antes tener una pequeña charla con ellos.
—Chicos tenéis que portaros bien, es un cambio importante, conoceréis nuevos amigos… —Les digo todo lo que me hubiese dicho mi padre, si hubiera venido a acompañarme el primer día de colegio.
Aparco el coche y me dirijo a la puerta con un niño colgado en cada pierna.<<¡Vaya hombre! Aquí el par de valientes, tienen miedo a su primer día de clase>> Lloran como si no hubiese un mañana. <<No me vayáis a montar una escenita de las vuestras>> Las mamás me miran con cara de pena, se lo que piensan “pobre papá, el mal rato que está pasando” <<Pues os equivocáis, esto ya es una costumbre para mí y en menos de treinta segundos está solucionado>>
—Hoy no hay Bob Esponja a la una, a la de dos y a la de… no me dejan acabar, los llantos cesan de inmediato y por fin los dejo en manos de su profesora, la que a partir de ahora pasará a llamarse “la seño”.
En un arranque de valentía, decido ir al gimnasio donde la conocí, dudo que se encuentre allí, pero… necesito recordar, buscar en su interior un olor familiar que me lleve hasta ella.
En la puerta veo un cártel: “Últimas plazas, clases de natación para niños entre dos y cinco años”. En ese momento decido apuntarlos, un desgaste de energía extra me ayudará a relajarlos y de paso a dejarme un poco de tiempo para mí.
Justo una semana después me dirijo con los dos monstruitos a su primera clase de natación, están nerviosos, siempre reaccionan igual ante los cambios, ante la novedad y ¡cómo no! Siempre colgados de mis piernas, esta situación hace que lleguemos tarde a su primera clase. Cuando por fin logro meterlos en el recinto de la piscina, todos los demás niños ya están dentro del agua, desde allí les animan a que se metan con ellos, me miran expectantes como esperando mi respuesta y una sonrisa les infunde el valor necesario para salir corriendo hacia el agua. Me entran ganas de llorar, pero reprimo mis lágrimas tanto por la situación, cómo por los recuerdos de este lugar.
Leo un libro mientras tomo un café en un bar cercano, aunque mi mente está muy lejos de aquí, de este aburrido libro y del barullo de gente, mi pensamiento está con ella, con Laura, tanto es así que creo verla pasar por delante de mí. Cuando la camarera viene a retirarme la taza y me saca de mi ensoñación, veo la hora que es y decido ir a por mis pequeños.
Estoy en el vestuario de los chicos acabando de secar y vestir a mis torturadores de piernas, que cómo siempre están agarrados a ellas, en ese instante una voz familiar dice a mis espaldas:
—Vicente cariño ¿Has terminado ya? Tu hermana y yo te estamos esperando.
En ese momento el mundo se detiene y yo con él, exasperadamente lento o eso me parece a mí, me vuelvo hacia la voz que suena detrás, mientras un niño de poco más de dos años se tira a sus brazos diciendo:
—Ya estoy ¡mamiiii!
La veo partir con un niño en cada mano…
—¿La..u..ra? —digo entrecortado y se gira.
Ella viendo los niños colgados de sus piernas, entendió la ausencia durante estos años, él viendo el anillo en su mano comprendió que había encontrado el amor, ninguno de los dos estaban en el derecho de reclamar lo que un día creyeron suyo.
Ninguno de los dos quería volver a aquella piscina, pero sus monstruitos particulares, se ponen muy persuasivos cuando quieren.
Día tras día, se encontraban allí y cuando sus miradas no se encontraban por casualidad, se buscaban a hurtadillas… silenciosas, pero llenas de sentimiento, furtivas, pero cargadas de intención.
Él estaba convencido de aquellos niños eran suyos, esos ojos negros dibujados en aquellas caritas, eran su vivo retrato, al igual que los que había en sus hijos adoptivos. Si estaba en lo cierto no quería privar a sus hijos de un padre, entendía que las circunstancias eran difíciles, pero ¿podía reclamar un derecho que perdió al abandonar sin ninguna explicación al amor de su vida?
Ella quería decirle que aquellos niños eran suyos, pero ¿tenía obligación de decírselo, habiendo sido engañada? Después de todo él ya estaba casado cuando se conocieron y su desaparición dejó claras sus intenciones.
Los días transcurrían, pero aparte de la comunicación que existía en sus ojos, no se produjo ningún contacto más cercano.
El curso de natación terminó, no se volverían a ver, pero ella volvía cada mañana antes de trabajar por si el destino lo ponía de nuevo en su camino.
Por su parte, él regresaba cada tarde con sus hijos después del trabajo por si la casualidad quería que volviesen a encontrarse.
Pero tanto la casualidad, como el destino… no estaban por la labor.
Transcurrieron un par de meses y no había ni un solo momento del día que no se pensasen, las lágrimas brotaban de sus ojos dejando escapar así el desespero de no tenerse. Arrepintiéndose a diario de no haber aprovechado la oportunidad que un día les ofreció la vida.
Llegaron las vacaciones de navidad y con ellas la ilusión de unos niños entusiasmados por la magia de estas fechas, estaban ansiosos de poder ver a Santa Claus. Vicente y Laura querían pedirle un papá, Daniel y Jorge por su parte deseaban una mamá, una que les fue arrebatada injustamente antes de ni siquiera nacer.
Una vez en el centro comercial, se dispusieron a aguardar la cola de horas para sólo unos segundos en las rodillas de aquel, que creían que cumpliría sus deseos. Los niños estaban nerviosos, inquietos y mientras su padre estaba en la interminable hilera de gente, los gemelos correteaban sin parar bajo la atenta mirada de Vicente y de su abuela.
—¡Papaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! —Gritaron al unísono. —¡Mira quién está más adelante! Los amiguitos de la pisci, ¡mira papá, mira, son ellos! ¿Podemos ir a saludarlos?
—Claro que sí, pero no molestéis ¡que os conozco!
Pasaron unos minutos, cuando vio venir a sus hijos con dos niños más pequeños agarrados a sus manitas, creyó que el mundo se había detenido y su corazón con él. Cuatro pares de ojos negros exactos y cuatro sonrisas inocentes, llenas de alegría se dirigían hacia él.
—Mira papi, son Vicente y Laura, ¿Te acuerdas de ellos?
—Sí, claro que me acuerdo de ellos —dijo casi sin aliento y el aliento se le fue del todo cuando vio que su madre, su Laura, se acercaba detrás de los niños.
Su paso lento se detuvo al ver frente a frente al causante de sus desvelos, tenía la confianza ciega de que sería a su madre a quien se encontrase en aquella larga fila, continuo avanzando hacia donde estaban sus hijos.
—Vamos niños, ya nos toca ¿no querréis perder el turno? —Fue todo lo que pudo decir.
Los niños se despidieron con un abrazo de grupo, como ellos lo llamaban, un abrazo a cuatro bandas, sus padres incapaces de ocultar la emoción, escondieron sus miradas dirigiéndolas hacia el suelo.
Una vez que los niños pidieron sus deseos, regresaron a casa llenos de alegría, Santa Claus se quedó conmocionado al ser los segundos niños en el día que le pedían algo tan peculiar como una mamá y un papá. Sabedor de que aquella misión era imposible no les prometió nada, pero les convenció como pudo de qué haría todo lo posible para que así sucediese. Era muy difícil encontrar una mamá y un papá en un solo día, que era lo que quedaba para la nochebuena, por lo que les hizo ver, qué si para mañana no lo había conseguido, no dejaría de intentarlo hasta que sus sueños se hiciesen realidad.
—Mamá quédate un rato con los niños, necesito salir.
—¿Te encuentras bien, hijo? —Le preguntó la madre, desconocedora de la historia.
—Sí, sólo quiero respirar un rato.
Cogió la bolsa de deporte y se dirigió al único lugar donde encontraría más que la paz que buscaba, la tortura que merecía. Empezó a nadar con rapidez, quería quedar exhausto para no pensar más en ella, pero le era imposible, maldijo en voz alta a la vez que dio fuertemente con los puños en el agua. Salió del agua directo a la ducha, sus ojos estaban llenos de lágrimas, disimuladas por el agua que resbalaba por su cara.
Se cerró en la ducha, seguía maldiciendo para sus adentros y la furia seguía brotando por sus ojos, en su única vía de escape, apoyada la cabeza en la pared y con el agua cayendo en su espalda, notó que la puerta se abría.
—¡Está ocupado! —Bramó
Pero fuese quien fuese, no se dio por aludido, se giró para descargar su mal genio con el pobre infeliz que había osado interrumpir su ataque de ira.
—¡Es que no escu…….!
—Hola Vicente, te vi entrar —Fue todo lo que dijo antes de soltarle una sonora bofetada e irse.
Desnudo como estaba, corrió detrás de ella agarrándola por la muñeca e introduciéndola de nuevo en la cabina de la ducha, volviéndose a repetir la escena, aunque esta vez ambos sabían que no iba a acabar de la misma manera.
—¿Qué quieres, eh? ¡Follarme y desaparecer! ¿Es ese tú patrón de conducta?
—Lo siento mucho, Laura, de verdad que lo siento, las circunstancias…
—¡Circunstancias! ¿Qué circunstancias? ¡El estar casado ahora se llama así!
—Yo, yo no…
—¡Siiii, tu noooo, no tienes perdón de Dios! ¡Ves este anillo, pedazo de gilipollas! Este anillo lo compré junto al tuyo el día que supe que estaba embarazada, con la ilusión de volver a verte. Siempre he guardado la esperanza de que te hubiesen reclutado en una misión de alto riesgo y de ahí tu silencio. Pero mi corazón me lo decía… él conocía la verdad, y yo… y yo no queriendo ver la verdad, lo silenciaba con estúpidas fantasías de adolescente.
La besó, la besó como la primera vez. No, como la primera vez no, la besó con la seguridad que le daba saber que ella y él se pertenecían, siempre se habían pertenecido. Y con esa misma seguridad fue con la que le vino la segunda bofetada de la tarde.
—¡Lo tuyo no tiene nombre! Estás listo si crees que voy a caer otra vez en tu juego, ¡que sí, que sí, que besas muy bien, pero esta vez no!
Y la volvió a besar, era incapaz de hablar, únicamente quería tenerla cerca, tocarla, llevaba demasiado tiempo sin sentirla, ¡y vaya si la sintió! como dice la canción… no hay dos sin tres. Y a cada cual más fuerte, le escocía la mano, esta tercera bofetada llevaba encerrada toda la furia acumulada durante tres años de ausencia, tres años de absoluto silencio.
—Puedes pegarme todo lo que quieras, me lo merezco, pero el dolor que siento con cada bofetada, es insignificante si lo comparo con el placer de tenerte otra vez.
—¡Pues no te cortes! tú sigue besándome y vas a recibir tortas hasta que en la palma de mi mano se puedan freír huevos.
—Laura, no estoy casado, nunca lo he estado, es más, esa misión secreta que creías en tus fantasías, no es tan secreta, pero todo tiene su explicación.
—¡No me digas! He visto a tus hijos, y perdóname no me vengas a decir que no son tuyos, porque son tu vivo retrato.
—No lo son, déjame terminar. —La dijo frenando su mano, antes de que acabase en su cara por cuarta vez. —Mi hermana gemela, se enamoró de un cobarde, por llamarlo de alguna manera, se quedó embarazada y él la abandonó.
—Eso, me suena…
—No es lo que crees, por favor permíteme que te lo aclare, el día que tú y yo… bueno ya sabes… al llegar a casa recibí una llamada diciéndome que mi hermana había sufrido un accidente, ella estaba a pocos días de dar a luz… no logró superar la intervención.
No pudo continuar hablando, fue Laura quién se abalanzó sobre él. Y de nuevo, en aquella ducha, por segunda vez…
—¿Vicente?
—Dime cariño.
—¿Tienes preservativos? Es que… con cuatro… creo que son más que suficientes.
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