Tomé una decisión, es un relato de Susy Gree, una ávida lectora y seguidora de nuestros inicios «blogueriles» que ha tenido la deferencia de coger libreta y boli y obsequiarnos con esta historia. Esperamos que os guste tanto como a nosotras y desde aquí, queremos agradecer la confianza que la autora ha depositado en nuestro blog para mostrar al mundo virtual uno de sus escritos.
Desde los diecisiete años, Mikel y yo somos amigos, ahora con treinta y ocho trabajamos en
la misma empresa pero en turnos diferentes, el jefe nos caló y, como en la escuela, nos
separaron con la misma excusa: » juntos sois una preocupación». Qué decir de las juergas,
conciertos y viajes que juntos hemos hecho, las chicas de paso y las que se quedaron una
temporada, todo siempre sin ataduras pero… en el último viaje Mikel y yo sufrimos el ataque
de unos piratas.
Ese verano compramos una experiencia en un velero junto a ocho pasajeros desconocidos.
En medio de lo que era un paraje idílico apareció una barcaza de aspecto ruinoso, como si de
una película se tratase fuimos abordados y acabamos en su sucia y fría bodega.
El cabecilla un negro oscuro, alto y bastante musculado, con marcas en la cara de haber
padecido una viruela o algo similar y de mirada penetrante, daba órdenes a sus hombres en
un idioma que ninguno de nosotros supo identificar, solo cuándo se dirigió a nuestro capitán
lo hizo en inglés. Una vez instalados en la bodega nuestro capitán nos explicó, que el jefe de
los asaltantes solo había preguntado la nacionalidad de los pasajeros. Seguro que para
negociar un rescate con nuestro gobierno.
Viajamos toda la tarde. Pasamos gran parte del tiempo sumidos en un silencio roto por el
ruido del perezoso motor y el chocar del agua del mar contra el casco de la barcaza.
Entrada la noche comenzábamos a notar la humedad y el frío de la bodega, miré a mi
alrededor, cuatro chicas y cuatro chicos de distintos puntos de España, eran el mismo reflejo
que nosotros dos, jóvenes despreocupados con ganas de pasarlo bien durante siete días, pero
en este momento todos nosotros teníamos en nuestras cabezas las mismas preguntas,
acalladas por el sordo silencio de nuestras voces.
Aunque el asalto nos pillo con la ropa puesta, el frío en la bodega se hacía patente, así que
abusando de la confianza, me acerqué a Mikel buscando su calor, yo comenzaba a temblar, él
me miró y me sonrió.
-Mariconadas las justas.
Sabía que era su forma de afrontar la situación, pasó su brazo por encima de mis hombros,
me acurruque buscando su calor y bajo su ala de protección me dormí.
Un fuerte golpe metálico me despertó, en el marco de la puerta dos hombres negros de
aspecto sucio y portando dos machetes, nos miraron cómo quien busca la mejor porción. El
machete nos señaló primero a Mikel y luego a mí, los hombres nos gritaban en su idioma y
sin entender ni una sola palabra, ambos seguimos sentados sin saber qué hacer, hasta que
uno de ellos se agachó y cogiendo primero a Mikel y después a mí nos sacaron de aquella
bodega.
Ya en la cubierta y con un tercer hombre grabándonos con un móvil, nos explicaron la
situación, yo miré a Mikel su semblante serio y preocupado.
El jefe se había dirigido a Mikel y a mí en inglés, yo casi no entendí nada pero Mikel sí. Me
miró fijamente.
-Esto pinta mal para nosotros- dijo.
Yo me sentí morir al escuchar esas palabras, lo único que pude hacer fue coger la mano de
Mikel y apretarla con fuerza, quizás así el miedo que comenzaba a recorrer mi cuerpo y a
tensarlo remitía, pero no fue así.
En un abrir y cerrar de ojos me vi, junto con Mikel en un pequeño bote a la deriva con una
garrafa de agua y viendo como el negro, móvil en mano, inmortalizada el momento. Ya veía mi
cara en todos los noticiarios del día, otro sufrimiento más para nuestras familias, nunca
fuimos buenos.
La barcaza continuó su rumbo y la nuestra solo mostró un ligero movimiento fruto del oleaje
provocado por la marcha de la barcaza.
Yo miré a mi alrededor, a parte de la silueta de la barcaza y la línea que separa el azul del
mar con el del cielo, solo estábamos Mikel, yo y la garrafa de agua.
Mikel tomó el mando, una condición innata en él.
Teníamos ciertos conocimientos de navegación, gracias a las explicaciones del capitán y a
nuestra curiosidad. No todo era beber, comer y tontear con el resto de la tripulación, el
capitán hizo grupos de trabajo y así además de disfrutar de esas pequeñas vacaciones,
también aprendíamos algo.
Hicimos una valoración de la última situación, pero no sirvió de nada, estar recluidos en los
sótanos nos había restado saber la dirección tomada por la barcaza.
Esperamos la salida del sol que marcó nuestra dirección, y nosotros decidimos nuestro
destino. Lo único que no podíamos precisar era la distancia a cualquier lugar llamado tierra.
Así que nos aventuramos a sufrir insolación por el día, hipotermia de noche, hambre y sed.
-Lo estás haciendo de nuevo deja de pensar, no nos vamos a morir -dijo Mikel, que me
conocía tan bien.
-Haremos turnos para remar, en cuanto notemos cansancio o rozaduras en las manos
cambiamos, no podemos desorientarnos, si perdemos el rumbo…
Mikel no quiso seguir la frase y comenzó a remar.
El primer día lo pasamos remando, racionando el agua e intentando descansar.
Tres días iguales al primero, pero ya teníamos los labios agrietados, ampollas en las manos,
quemaduras en la piel que nuestras ropas no cubrían. El sol y la sal de día, el frío y las
rampas en todo el cuerpo visitándonos de noche, yo vivía en el desanimo, pero Mikel no
quería ceder y seguía diciendo cada mañana que hoy sería el día.
-No te desanimes, nos encontraran. Solía decir constantemente para animarme y después
contaba alguna de nuestras vivencias.
Sexto día, apenas quedaba agua, de día remábamos un rato y en las horas de más calor nos
tumbábamos el uno al lado del otro.
Fue entonces cuando al lado de Mikel, sabiendo que pronto empezaríamos a sufrir los
síntomas del náufrago, me decidí a explicarle mi gran secreto, antes de que la sed me
matase en horas o el hambre en semanas o el miedo y la desesperación agravasen lo dicho
anteriormente y reducir el tiempo a una muerte inmediata, todo eso me hizo pensar y quise
decir a Mikel todo lo que sentía antes de perder la razón o en el peor de los casos la vida.
-Mikel, antes de morir quiero que sepas…
-Que no vamos a morir- me Interrumpió Mikel.
-… que te quiero, que no sabría decirte en qué momento ese sentimiento se hizo más fuerte, pero
quiero que lo sepas, que aceptaré cualquier decisión que tomes al respecto.
Dichas las palabras que tanto tiempo había guardado en mi interior solo me restó abrazar a
Mikel y esperar a que no me rechazara. No fue como me esperaba, no me rechazó pero en su
abrazo sentí su tensión y al notarla deshice el mio y me aparte de él.
Pasaron dos días más, no sé si fue el cansancio, la falta de agua, la comida o sentir que yo
tenía razón y que este era nuestro final, Mikel no hablaba, pasaba las horas tumbado
esperando el mismo fin que yo presentía, comenzamos a sufrir momentos de
semincosciencia, a soñar que nos encontraba y a sentirnos a salvo. Soñaba con unas aspas
gigantes que se situaban encima de nuestra embarcación, un hombre bajaba con una cuerda
y luego oscuridad.
Cuatro días después desperté, estaba en una habitación, una vía me unía a una bolsa de
suero, un pitido rítmico me confirmaba que mi corazón latía. Tome conciencia de todo lo
ocurrido, mi familia me contó cómo se movilizaron las autoridades marítimas en nuestra
búsqueda, como encontraron la barcaza, la liberación de los turistas y después una intensa
búsqueda a contra reloj para encontrarnos.
No tuve que preguntar por Mikel, dijeron que él estaba en mejores condiciones que yo y
había salido del hospital junto a su familia. Fue entonces cuando recordé mis últimas palabras
y la reacción de Mikel, solo pude cerrar los ojos y dejar que el dolor invadiera mi cuerpo,
instalándome en una profunda tristeza, acababa de perder a mi mejor amigo.
Al mes me incorporé al trabajo, no supe nada de Mikel, así que a los pocos días tomé la
decisión de cambiar de trabajo y empezar una nueva vida. Tarea difícil ya que cualquier cosa
me recordaba a Mikel.
Dos meses más tarde, al salir del trabajo me dirigía a mi coche, mi vida se había convertido
en una monotonía, del trabajo a casa y de casa al trabajo, mi aspecto también había
cambiado, no conseguía recuperar el peso perdido en el naufragio y decidí dejarme la barba,
intentaba no ser esa persona que había sido antes de perderlo todo. Levante la vista y
apoyado en mi coche estaba Mikel, sus brazos cruzados sobre su pecho, su intensa mirada no
perdía detalle de mi sorpresa, caminé con miedo, no estaba preparado para la conversación
que quedó pendiente sobre nosotros.
-¿Puedes dejar de huir?-dijo.
No supe que contestar a su pregunta, tampoco me moví, estaba delante de él paralizado, mi
corazón no dejó de latir y lo hacía tan deprisa que creí que se iba a partir.
«¿Se puede partir un corazón?» pensé.
El mío lo sintió una vez y no estaba seguro de poder aguantarlo otra.
Hola me llamo Alex tengo treinta y nueve años. El verano pasado tomé una decisión estúpida
en unas circunstancias difíciles, como consecuencia de aquella situación algunas noches tengo
pesadillas. Envuelto en una neblina me veo solo, rodeado de mar, en un bote salvavidas, y
comienzo a temblar, entonces es cuándo siento el cuerpo de Mikel pegado al mío, me coge la
mano y me susurra al oído.
-Tranquilo, estás a salvo.
Me besa el hombro y consigo seguir durmiendo.
Autora: Susy Green
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