Hoy os traemos un relato Chick-lit de Elizabeth Da Silva sobre unas vacaciones que empiezan como una pesadilla. Pero lo que mal empieza… ¿puede tener un final perfecto?
Elizabeth Da Silva es una autora que reside en Marbella pero nacida en Caracas (Venezuela). Comenzó escribiendo relatos, y su primera publicación en un libro vino gracias al concurso 150 Rosas de editorial Divalentis, donde participó con dos relatos y los dos fueron seleccionados para formar parte de la antología de 150 relatos de amor. Colabora en la revista digital dedicada a la romántica «La cuna de eros».
Le gusta escribir relatos y novelas románticas contemporáneas y eróticas aunque no descarta escribir otros géneros románticos algún día.
Os dejamos aquí los enlaces de las novelas que esta autora tiene publicadas en Amazon por si después de leer este divertido relato os apetece seguir disfrutando con su pluma, que seguro así será.
Los Juegos eróticos de Charles y Elisa
Historias de amor
Amor en Navidad
Cómo sobrevivir a un jefe asqueroso… HUMOR
Muchísimas gracias a Elizabeth por confiar en nosotras y en Páginas de Chocolate y esperamos que todos disfrutéis de esta historia.
VACACIONES… ¿SUEÑO o PESADILLA?
Viernes – viaje de vacaciones.
El despertador sonó de manera estridente, Nina se despertó maldiciendo a ese pequeño aparatito que torturaba sus delicados oídos. Con los ojos a un cerrados, intentó apagarlo y en el camino hacia su objetivo, montó un buen estropicio.
Casi todo lo que estaba en la mesita de noche terminó desperdigado por el suelo, pero a pesar de eso, consiguió dar alcance a ese monstruo, y apagarlo. Se estiró en la cama cual gatita, casi ronroneando de gusto.
Aunque quiso quedarse en la cama remoloneando, no podía, así que se levantó; todavía le quedaban cosas por hacer y no quería llegar tarde al aeropuerto, pero nadamás poner el pie en el suelo…
—¡Ay!,… ¡joder! —gritó al clavarse los pequeños dientes de una pinza para el cabello, que estaba en donde no debía.
—¡Vaya!, como duele. Bien empezamos… —hablaba y caminaba a la pata coja, mientras seguía maldiciendo en voz baja.
Como bien había dicho, el día había empezado torcido, lo que no sabía, era que acabaría peor.
Varias horas más tarde…
Tirada en la cama del hotel, aún no se podía creer todo lo que le había pasado, desde que el aparatito del demonio la despertó esa mañana.
—Veamos, después de todo esto, espero que estos días vayan como la seda —dijo en voz alta, y al mismo tiempo, hizo una lista mental de todo lo que le había sucedido:
1. Una herida en la planta del pie; la culpable, una asquerosa pinza para el pelo, con unos dientecitos que parecían garras.
2. Un chichón en la frente, pequeñito, a Dios gracias; la culpable, era la alcachofa de la ducha, que se le había caído encima.
3. Una ampolla en la lengua; la culpable, ella, por calentar mucho la leche.
4. Un golpe en la rodilla; culpable, el asa de su maleta, que decidió en ese momento que ya era hora de jubilarse y se rompió.
5. Por último, había tenido que esperar en el aeropuerto a que el avión donde venía su maleta sin asa, llegara a su destino… culpable, el responsable de repartir el equipaje o quien narices fuera.
Lo dicho, después de esa pesadilla de día, todo tenía que ir sobre ruedas; estaba totalmente segura de ello.
Sábado – primer día de vacaciones.
El día amaneció hermoso, el sol brillaba en lo alto de un intenso cielo azul, prometía ser de mucho calor; un día precioso para iniciar unas merecidas vacaciones. Nina se las había ganado con creces, después de un año difícil en la Universidad.
Esperaba que todo saliera mejor ahora que había llegado a su destino, porque el viaje hacia su merecido descanso no podía haber empezado peor. Solo con recordarlo, ya se ponía de mal humor. «Si es que todo le tenía que pasar a ella», pensaba Nina, mientras se preparaba para ir a la playa.
Bajo al vestíbulo del hotel donde había quedado con su amiga María; iba ataviada con su bikini nuevo, un pareo precioso, unas sandalias monísimas, y llevaba todo lo necesario en el bolso, toalla, un libro, agua y crema protectora factor 10.000, ―si existiera la llevaría―, porque era blanca, pero blanca, blanca, blanca.
Al salir del ascensor, enseguida divisó a su amiga y ambas se lanzaron en un abrazo de oso. Hacía tiempo que no se veían y sentían nostalgia la una de la otra.
―¡Nina!, amiga, pero que blanca estas ―le soltó su muy querida amiga.
―¡María!, yo también te quiero… ¿sabes?, tengo ojos en la cara. Parece que es la primera vez que ves mi careto.
―No es la primera vez, pero te noto más demacrada.
―Olvídate de todo eso, necesito descansar y solecito… por ese orden o a la inversa, me da lo mismo.
―Pues ni dos palabras más, andando a la playa a tumbarnos, tomar el sol, admirar a los bombones y contarnos las batallitas. ―Sin más palabras, María tomó del brazo a Nina y ambas se marcharon rápidamente hacia la salida.
Mientras se dirigían a la playa, Nina le contó a María su horrible día de ayer. Su querida amiga del alma, no hacía más que reírse a mandíbula batiente de las desgracias de ella.
―No sabes lo feliz que me hace saber que te divierto tanto ―le soltó Nina con cara de malas pulgas.
María intentó poner cara de circunstancias, pero no pudo, y de nuevo empezó a reírse mientras continuaban su caminata hacia la playa. Nina pasó de ella olímpicamente, y siguió muy tiesa hacia la arena blanca, que la atraía como a un imán.
Minutos más tarde, las chicas llegaron y empezaron a buscar un lugar para poner sus enormes toallas y tumbarse bajo el esplendoroso sol. Nina inspiró ese aire salino, que llenó sus pulmones, y expiró extasiada. María la observaba risueña, y al mismo tiempo, encantada de tener a su amiga allí.
Emprendieron el camino sobre la ardiente arena, que se colaba por las chanclas que llevaban puestas. Paso a paso, sus pies se hundían en esa hermosa arena blanca, pero que quemaba a rabiar. María aguantó estoicamente las molestias en sus pies, pero Nina no, ella era otro cantar.
―¡Ay, como quema!, ¡La madre del amor hermoso, joder como quemaaaa!
―No seas tan quejica, y decide de una vez en qué lugar nos acoplamos. ―La mirada de María ya no era nada risueña.
Corriendo como una loca, Nina llegó hasta un pequeño rincón cerca de la orilla de la playa, pero lo suficientemente lejos para que no les llegará el agua. Soltó todo y corrió a refrescarse los pies.
―Humm, que gustito, ¡el agua esta divina! — exclamó en voz alta.
―¡Si…! ¡divinaaaa…! uff, un poco más y nos achicharramos los pies.
Una vez que estaban con los pies fresquitos, se dirigieron al lugar donde habían soltado todo y empezaron a instalarse para disfrutar así, de su primer día de playita.
Cuando ya tenían su rincón preparado, se empezaron a poner la crema bronceadora. María que era de piel más morena, optó por aceite con protección diez. Nina que era blanca como la nieve, sacó su bote de factor sesenta, pero no dejaba de observar con envidia a su amiga.
―Como me gustaría poder tener ya ese color de piel y embadurnarme de aceite ―dijo con voz quejumbrosa.
―Nina, primero tienes que coger un poco de color y gradualmente bajar el factor de protección. Si no, corres el riesgo de quemarte.
―Lo sé, pero soñar es gratis…
―Verás como en pocos días ya tienes un poco de color, y al final de las vacaciones un lindo bronceado.
Ambas continuaron aplicándose la crema bronceadora, una vez listas se tumbaron en la arena, cual lagartijas a disfrutar del sol.
A medida que avanzaba la mañana, la playa se iba llenando de gente, parejas, familias con niños, sombrillas, neveras, mesitas, tumbonas y todos los bártulos que se les pueda ocurrir llevar.
La paz y tranquilidad de la que disfrutaba Nina, estaba a punto de sufrir una abrupta interrupción. De repente, sintió como le caía en la cara una lluvia de arena, lo cual la sacó violentamente de ese letargo que estaba disfrutando.
―¡Pero bueno! ―gritó mientras se incorporaba, para sacudirse la arena que acaba de caerle en plena cara.
―¡Espera bruta!, así no, ¡Nina! así sólo puedes conseguir que…
―¡Ahhh! mi ojo.
―Te entre en el ojo. —Llegó tarde la advertencia.
Nina histérica empezó a restregarse el ojo, el cual le lloraba cada vez más. María intentó que la dejase ponerle un poco de agua, pero la muy bruta no se dejaba. Al final, terminó con un ojo totalmente irritado.
―¡Nina!, pero mira como te has dejado el ojo.
―¡Ahora va a ser culpa mía que me hayan tirado arena encima! ―gruñó Nina, con cara de pocos amigos.
―Desde luego a ti te pasa de todo, voy a terminar llamándote gafe.
―Encima cachondéate de mí. Mejor me voy a ese chiringuito a lavarme el ojo.
―Enfurruñada se encaminó hacia el chiringuito que tenía más cerca, pero olvidó ponerse las chanclas. Al poco rato estaba corriendo y gritando ¡quema! ¡quema! ¡quemaa…!
María no pudo evitar reírse, y es que, la situación era tan absurda que se le escapó la risa al ver a su amiga corriendo como alma que lleva el diablo.
Nina llegó al chiringuito y buscó el baño, cuando iba a entrar, se detuvo y observó el suelo todo mojado. Miró sus pies descalzos y un escalofrió de asco le entró por el cuerpo. Sin más, decidió volver junto a María, porque sin chanclas no pisaba ese suelo ni muerta.
Antes de emprender la carrera hacia la toalla, se acercó a una ducha que había y refrescó sus pies, aprovechó también para echarse agua en el ojo. Le escocía horrores, pero el agua la refrescó. Una vez reconfortada, decidió coger aire y lanzarse a una carrera hacia su rincón. Llegó corriendo más rápido que correcaminos, y se dejó caer de rodillas. La arena cada vez quemaba más, era como una tortura china; pensaba ella mientras se sentaba.
―María, nos damos un chapuzón ―comentó al cabo de un rato.
―Ve tú, yo estoy la mar de bien aquí… ―dijo con los ojos cerrados.
―Pues ahora vuelvo, quiero refrescarme.
Se fue al agua y aunque estaba fría, se lanzó valiente y empezó a nadar. Una vez que la sintió a gusto, se puso boca arriba y flotando cerró los ojos. Se relajó disfrutando del sol que calentaba su cuerpo y del agua, que la mecía suavemente.
Sonreía feliz solamente de pensar que le esperaban quince días de playa y relax.
Abandonada al disfrute se dejó llevar por el vaivén del mar. Todo era paz, solo escuchaba los rumores de la muchedumbre que la rodeaba. De pronto a lo lejos escuchó que alguien gritaba:
―¡¡Cuidado!! Tú…, la que esta flotan…
Pero el aviso llegó muy tarde, porque como si de una ola gigante se tratara, sintió como le venía encima y la absorbía, mientras ella se hundía en las profundidades del mar. El susto la dejó paralizada y tardó en reaccionar, pero cuando notó que le faltaba el aire, como una posesa empezó a brasear y patalear para salir a flote, a pesar de sus esfuerzos sentía que no avanzaba, lo cual la puso cada vez más nerviosa y le impedía reaccionar. La pobre Nina, mientras luchaba contra las inclemencias del mar, pensaba que de esta no la contaba, que iba a perecer en su primer día de vacaciones. Se imaginaba los titulares:
“Chica universitaria perece en su primer día de vacaciones. Según relató su muy querida amiga, la susodicha no había empezado con buen pie sus tan ansiados días de asueto.”
De repente, sintió como unas manos fuertes tiraban de ella, y al fin se hizo la luz, el aire entró a raudales en sus pulmones, mientras ella boqueaba como un pez, intentado que entrara más cantidad. Cayó como en un estado de semiinconsciencia y su salvador la llevó a rastras hacia la orilla, donde un grupo de gente esperaba en ascuas el desenlace.
María aterrada se acercó al vigilante de la playa, que en esos momentos intentaba despertar a Nina, esta lentamente empezó a abrir los ojos y se quedó mirando embelesada unos hermosos ojos azules como el cielo.
―¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo? ―preguntó preocupado el socorrista, con una voz que derritió las extremidades de Nina.
Ella parpadeó y se dio cuenta de que estaba rodeada de personas, tumbada en la orilla de la playa y con un hermoso espécimen masculino a su lado. Al parecer, la divina providencia había querido premiarla, después de todas las fatalidades que estaba sufriendo en sus carnes.
―Nina corazón, ¿me escuchas? ―dijo una María con la cara blanca del susto, y eso era decir mucho.
Sin dejar de mirar esos hermosos ojos que la contemplaban con preocupación, le contestó:
―Estoy bien… ―Su cara era todo un poema.
―Vaya susto nos has dado amiga. Estabas en tu mundo y no te diste cuenta que te ibas alejando más y más de la orilla. Una moto de agua paso como alma que lleva el diablo y por poco no te pilla. Cuando el conductor se dio cuenta que iba hacia ti, dio un giro brusco y por eso te volcó el agua que levantó la moto.
Mientras escuchaba la historia de labios de María, el súper héroe que la salvó de las aguas profundas, la ayudó a incorporarse y todos alrededor aplaudieron emocionados.
Poco a poco la gente se dispersó para seguir disfrutando de su día de playa, y al mismo tiempo daban gracias porque la tragedia en ciernes se hubiese podido evitar.
―Bueno Nina, me alegro que todo haya quedado en un susto, pero prométeme que si te notas mareada o cualquier cosa, te acercas al puesto de socorro ―dijo el súper héroe del día.
―Si claro… y gracias por salvarme.
―Encantado de rescatar a una chica tan guapa.
En esos momentos Nina sintió que le faltaba el aire y no era porque se sintiera mal, era porque el vientre le dio un vuelco al escuchar esas palabras. Pero luego pensó que el pobre chico no podía ser perfecto, y que debía tener un problema en la vista. ¡Decirle guapa a ella..!, aun así, se agradecía la galantería.
Se despidió del socorrista de anuncio de serie, si, parecía sacado de Baywatch (Los vigilantes de la playa). Y sólo por eso, Nina olvidó momentáneamente el enésimo accidente que le ocurría, desde que ayer la despertará el aparato monstruoso.
Junto a María, se dirigió hacia su pequeño espacio de arena y se dejó caer exhausta en la toalla. Mientras el calor del sol secaba su cuerpo, Nina meditaba seriamente, ¿qué era lo que había hecho para sufrir tantas desgracias juntas? Intentaba recordar si se cruzó con algún gato negro, o si pasó bajo alguna escalera, o por el contrario, si había roto algún espejo… pero no recordaba nada de nada. Al final, creía que era simplemente una mala racha, cosa que le podía pasar a cualquiera, eso pensaba la pobre.
Después del gran susto, Nina y María decidieron comer algo en el chiringuito y se dirigieron al mismo, de nuevo tenían que soportar esa arena caliente como fuego, que se entremetía entre los pies y las chanclas, y que a cada hora que pasaba estaba más caliente aún. Llegaron a la ducha que había cerca y se refrescaron los pies chamuscados.
Consiguieron una mesa y allí tomaron asiento, pidieron una bebida bien fría y unos bocadillos, estaban muertas de hambre. Mientras esperaban, hablaron del momento susto y por supuesto, del socorrista.
―Nina no sabes el miedo que pase, pensé que te perdía amiga.
―No me lo recuerdes, yo sentía que me hundía más y más… lo único bueno de todo ha sido conocer a ese bombón.
María sonrió y asintió entusiasmada, a pesar del momento de tensión, ella también había escaneado al susodicho y corroboraba que estaba pa comérselo.
―Si amiga, pero te quedaste embobada y no le preguntaste ni el nombre.
―¡Estaba en shock! ―gritó alterada.
―Te quieres calmar, todos nos están mirando.
―Lo siento, pero es que vaya dos días que llevo, esto parece ya una pesadilla.
―¡Hala! exagerada, un mal día lo tiene cualquiera.
―Pero resulta que yo ya llevo ¡dos días! ―soltó con mala cara.
María decidió que era mejor no seguir con el temita de marras, y se lanzó a zamparse el bocadillo; Nina no se quedó atrás, y ambas se dedicaron muy concentradas a comer.
Para despejarse, decidieron caminar por la orilla de la playa, pero antes María volvió a embadurnarse en aceite y Nina se echó su factor 60 plus. En un momento de distracción, mientras María estaba guardando sus cosas, ella rápidamente se echó encima del factor de alta protección, un poco del súper aceite de María.
La pobre Nina caminaba junto a su amiga, e intentaba disfrutar de la brisa del mar que le acariciaba la piel, además de convencerse de que estaba de vacaciones y que todo iba a ir mejor. A pesar de sus pensamientos positivos, sentía aún escozor en la planta del pie, también le ardía el ojo que estaba enrojecido, vamos, que apenas si se le veía el blanco ocular; además del pequeño chichón, que aunque casi no se notaba, estaba ahí, como un recordatorio imborrable.
Después de una buena caminata, unida a una meditación profunda; regresaron a su rincón, el cual parecía mermar a cada minuto que pasaba, y llegaba más y más gente a la playa. Se tumbaron y se pusieron a charlar de todo un poco, recordando viejos tiempos de cuando eran crías y vivían juntas en la misma urbanización.
Nina notaba el cuerpo cada vez más caliente según avanzaba la tarde, el sol le molestaba y el cansancio por todo lo sucedido la estaba venciendo. Se encontraba en una duermevela, escuchando una música de fondo que provenía de algún rincón de la playa. María se había marchado a refrescarse al agua, a lo cual ella se negó rotundamente. Por hoy ya tenía suficiente del mar, pensaba la pobre, mientras seguía cual lagartija dejándose calentar por el sol, que más que calentarla la estaba achicharrando.
Cuando decidió incorporarse, ya que el sol la estaba martirizando, sintió, como una especie de zumbido se acercaba hacia ella, levantó la mirada y con horror se quedó petrificada, al ver como se dirigía hacia su cara un balón de futbol, cual proyectil tele dirigido, que terminó estampándose en toda su jeta.
Nina viendo estrellitas a su alrededor, se desplomó cuan larga era, perdiendo por segunda vez el conocimiento. Mientras estaba sumida en la bendita inconsciencia, no sintió como su cara empezaba a hincharse debido al pedazo de mamporro que le habían dado.
La gente se arremolinaba a su alrededor y cuchicheaban, unos con lástima de la pobre muchacha a la que todo le pasaba, otros en cambio, con risitas divertidas a costa de los males de Nina, pero ninguno hacia nada por ella. María atravesó esa marabunta de gente, y pegó un grito de horror cuando vio la cara de su amiga.
En esos momentos llegaron dos socorristas con una camilla y la colocaron con suavidad, uno de ellos al reconocerla se sorprendió.
―Tu amiga parece que tiene un mal día.
―Ni te lo imaginas, por favor, dime donde la llevan.
―La ambulancia la llevará a urgencias.
―Ok, recojo las cosas y voy hacia allí. Perdona, ¿Cómo te llamas?
―Ángel, y tu eres María ¿verdad?
―¡Siii…! qué buena memoria tienes, gracias por ayudar a mi amiga.
―Un placer. Me voy, nos vemos en urgencias.
Nina se quedó ingresada en el hospital, no solo porque el golpe fue muy fuerte, sino también porque casi cogió una insolación. Estaba entristecida, no entendía porque le habían pasado tantas desgracias juntas. Lo único que callaba como una bellaca, era el por qué de su casi insolación. El médico no podía entender como se había quemado de esa manera usando un factor sesenta, y ella no iba a decir esta boca es mía, ni confesar que también se había puesto el aceite ultra bronceador de María.
Unas horas más tarde, se encontraba un poco mejor, la hinchazón de la cara había bajado algo y el cuerpo ya estaba un poco menos dolorido, lo cual le permitió moverse con más soltura y no como un robot.
Estaba leyendo tranquilamente en la cama, cuando alguien llamó a la puerta y acto seguido entró. Nina levantó la mirada de su libro para volver a encontrarse con los ojos azules más bellos que jamás había visto. Allí, frente a ella, estaba el socorrista de la playa, su salvador. Traía un pequeño ramo de flores, unas hermosas margaritas amarillas, y con una sonrisa se las ofreció.
―Hola Nina, ¿cómo te encuentras?
―Hola… bien, me encuentro bastante mejor y con suerte mañana temprano me dan el alta. Gracias por las flores, me encantan las margaritas. Por cierto, ¿Cómo te llamas? ―Le regaló su mejor sonrisa.
―Me llamo Ángel.
Nina lo observó, mientras pensaba que efectivamente era un ángel, su ángel en un mar de fatalidades.
―No he podido darte las gracias por tu ayuda.
―No tienes nada que agradecerme, lamento que hayas tenido tan mal comienzo de vacaciones.
―¿Cómo sabes eso? ―preguntó con extrañeza.
―Me lo contó tu amiga María cuando te trajimos, mientras te atendían, esperamos en la cafetería y me contó tus penurias.
Nina sonrió con cara de circunstancias, mientras planeaba las torturas que pensaba infringirle a la bocazas de su amiga.
―Si, la verdad es que no me levante con buen pie, por decirlo de alguna manera.
―Le sonrió mientras se lo comía con los ojos.
Ángel se sentó cerca de Nina y ambos se pusieron a charlar, él era un chico muy divertido, estudiaba en la Universidad y en verano siempre trabajaba de socorrista para sacarse un dinerito, y porque le gustaba. Además, como bien le dijo a Nina, era un trabajo que le permitía disfrutar de la playa y ponerse moreno.
―Mañana vendré a verte otra vez, si no te importa. ―Su intensa mirada azul se clavó en Nina, esperando su respuesta.
―Claro que no me importa, pero no sé si por la mañana ya me despachan con viento fresco a mi hotel.
Ángel soltó una carcajada por la forma de hablar de ella, le parecía una chica divertida y guapa. Su espontaneidad lo atraía, y deseaba conocerla mejor.
―Pues dame tu teléfono y te llamo.
Como una autómata, ella le dio su número y se despidieron hasta mañana. Nina se sentía flotar en una nube, su Ángel quería volver a verla y le había pedido su número. Definitivamente ese chico estaba mal de la vista, volvió a pensar ella sonriendo
―¡Vaya! Al fin te veo sonreír ―dijo María al entrar por la puerta.
―Bueno es que estoy contenta, aunque a ti, amiga, he pensado en freírte en aceite hirviendo, o arrancarte los pelos uno a uno con una pinza, en fin, aun no he decidido que tortura es peor.
―¡A mí! ¿Por qué?
―Me preguntas, ¿por qué?… si le has contado mis desgracias a Ángel.
―¡Ah!, por eso. Nina, no seas tonta, el estaba preocupado por ti y me hizo preguntas, y una cosa llevo a la otra.
―Va a pensar que atraigo los desastres.
―De verdad que eres una exagerada total. Por cierto, ¿cómo sabes que hablé con él?
―Porque ha estado aquí.
―Ahora entiendo el motivo de esa sonrisa ―comentó con rin tintín María.
Nina sintió su cara arder y no era precisamente por la insolación; el rubor subió por sus mejillas, cosa que a ella la enfurecía y por eso le lanzó a María una mirada asesina.
―Pero, ¿por qué me miras así…? Vamos a ver Nina, ese chico es un encanto, además de estar buenísimo. Encima de eso, se nota que le interesas. Acaso crees que es así de atento con todas las personas que socorre.
Fuera de todo pronóstico, le dieron el alta a Nina esa noche, el médico le dio una lista con las indicaciones, y le recetó unos calmantes y una crema. Ella con tristeza se marcho del hospital, sabiendo que Ángel mañana no la encontraría.
Una vez se quedó sola en la habitación del hotel, no podía creerse que la jornada estuviese llegando a su fin. Esperaba que esa pesadilla de día terminara, que mañana luciera el sol, y un nuevo amanecer lleno de expectativas se abriera paso ante ella. Lo único bueno de su primer día de vacaciones había sido conocer a su súper héroe particular, al menos, pensar en él, le hacía no odiar tanto lo sucedido.
Después de una noche de sueño reparador, Nina se levantó e inspiró hondo, se rezo todas las oraciones que recordaba de su época de catequesis, y esperaba que hoy fuera mucho mejor que ayer. Se dirigió al baño para darse una ducha y cuando se miró en el espejo, pegó un brinco del susto. Estaba roja con un tomate, la cara a Dios gracias
menos hinchada, aunque tenía un buen segundo chichón en un lado de la frente. Le dolía todo el cuerpo y decidió que una duchita la animaría. Una vez vestida y sabiendo que la playa quedaba fuera de planes, al menos durante un par de días más, decidió bajar a desayunar y después darse un paseo por la ciudad. Cuando se dirigía a la cafetería, pasaron por su lado una panda de mocosos corriendo como locos y uno de ellos la empujó en su loca carrera. Nina sintió que perdía el equilibrio, y se vio cayendo despatarrada en el suelo del vestíbulo del hotel. Pero unas fuertes manos la sujetaron justo a tiempo, dichas manos la acercaron a un cuerpo tibio.
Pasado el susto inicial, ella levantó la mirada hacia su salvador, para agradecerle su ayuda y, volvió a encontrarse con los ojos de su ángel, que risueños la observaban.
―¡Vaya! Que oportuno has sido. ¿No serás mi ángel de la guarda?, ¿verdad? ―le dijo entre risas.
―Pues, quién sabe, a lo mejor lo soy. ¿Cómo has pasado la noche?
―Bien, gracias. Pero, ¿cómo supiste que estaba aquí?
―Llame al hospital y me dijeron que anoche te despacharon con viento fresco. Luego llame a María y me dijo cual era tu hotel. ―Sonrió al ver la cara colorada de Nina.
―¿Por qué no me llamaste a mí?
―Porque quería sorprenderte ―le contestó divertido.
―Pues me has sorprendido.
―Quería invitarte a desayunar y dar un paseo, hoy es mi día de descanso. ¿Aceptas?
―Encantada Ángel. ―Una Nina emocionada se dejó guiar por su ángel particular.
Así fue, como Nina y Ángel se conocieron en esas vacaciones, que empezaron para ella como una pesadilla. Día a día fue surgiendo una hermosa historia de amor, y con el paso del tiempo ella siguió teniendo sus días malos, pero ahora, tenía su socorrista particular.
Su vida en común siempre estuvo llena de anécdotas divertidas, y es que a veces en el peor de los días, puede llegar a tu vida esa persona que te robará el corazón. Con el paso de los años, siempre recordaban aquel primer día de vacaciones y hacían las delicias de hijos y nietos.
Es que el amor no entiende de momentos, llega así de repente, o bien, te cruzas con el en una esquina, o sin más, aparece un ángel en tu vida, en el momento perfecto.
Si tú también eres un autor al que le gustaría que le publicáramos un relato en nuestro blog y que este pudiera ser leído por más de dos mil seguidores, envíanos tu escrito a paginasdechocolate@gmail.com. Nos encantará conocer tu talento.
El relato es propiedad del autor y tanto este blog como sus administradoras no se hacen resposables de lo que en él se contenga.
Las fotos han sido escogidas de Pinterest y son propiedad de su autor.
Muchas gracias por la oportunidad de darme a conocer… espero que este refrescante relato les haga pasar un ratito divertido o al menos relajado.
Besos
PD: Unas imágenes ideales para acompañar esta historia 😀
«Y TOMEN NOTA… LA VIDA SON DOS DÍAS Y HAY QUE VIVIRLA A TOPE»
Gracias a ti por confiar en nosotras y en el blog. Un besazo enorme y sigue así. Muack.